Con motivo de la celebración del Día Mundial del Libro, realizamos una exposición titulada Nuestros libros preferidos, en la que el personal del Cervantes hablaba de sus libros favoritos y explicaba el porque de ello. Para aquellos que no hayan tenido la ocasión de visitar esta exposición, iremos colgando en nuestro blog estos comentarios, con el deseo de que os animéis a leer alguno de estos libros y a disfrutar con su lectura tanto como la persona que os los recomienda.
Empezamos con los libros preferidos de Chelo, Jefe de estudios del Instituto Cervantes de Casablanca.
Juegos de la edad tardía (1989), Luis Landero
Hay escritores que con una sola obra pasan a formar parte del escogido círculo de los consagrados. Luis Landero irrumpió a finales de los 80 con una obra tan sólida, tan bien armada, tan llena de referentes y referencias, absolutamente compacta y al mismo tiempo poliédrica, que cuesta creer que fuera su primera novela publicada. Juegos de la edad tardía sedujo al público (se sucedieron las ediciones a un ritmo poco frecuente) y convenció a la crítica (fue Premio Nacional de Literatura y Premio de la Crítica).
A través de la relación entre Olías, un gris oficinista que sueña con ser poeta, y Gil, un comercial de vida no menos anodina, el lector contempla un mundo que oscila entre lo real y lo ilusorio, en el que lo importante, lo que mueve a los personajes, está al otro lado de la realidad, y que acaba cobrando una entidad de la que carece la rutina diaria. El sueño, el ansia por crear y, sobre todo, por crearse a sí mismos, arrastra a los dos amigos hacia una impostura que, sin embargo, les confiere la dignidad que la vida real les niega.
La primera novela de Luis Landero es algo más que un homenaje a El Quijote: es una recreación de sus personajes, dignos en sus fantasías, y cuyo mundo –ilusorio e ilusionante- se teje a través de largos diálogos en los que entre la sensatez y el desvarío, los personajes afianzan su amistad.
Hay escritores que con una sola obra pasan a formar parte del escogido círculo de los consagrados. Luis Landero irrumpió a finales de los 80 con una obra tan sólida, tan bien armada, tan llena de referentes y referencias, absolutamente compacta y al mismo tiempo poliédrica, que cuesta creer que fuera su primera novela publicada. Juegos de la edad tardía sedujo al público (se sucedieron las ediciones a un ritmo poco frecuente) y convenció a la crítica (fue Premio Nacional de Literatura y Premio de la Crítica).
A través de la relación entre Olías, un gris oficinista que sueña con ser poeta, y Gil, un comercial de vida no menos anodina, el lector contempla un mundo que oscila entre lo real y lo ilusorio, en el que lo importante, lo que mueve a los personajes, está al otro lado de la realidad, y que acaba cobrando una entidad de la que carece la rutina diaria. El sueño, el ansia por crear y, sobre todo, por crearse a sí mismos, arrastra a los dos amigos hacia una impostura que, sin embargo, les confiere la dignidad que la vida real les niega.
La primera novela de Luis Landero es algo más que un homenaje a El Quijote: es una recreación de sus personajes, dignos en sus fantasías, y cuyo mundo –ilusorio e ilusionante- se teje a través de largos diálogos en los que entre la sensatez y el desvarío, los personajes afianzan su amistad.
Telón de boca (2003), Juan Goytisolo
Conocí a Goytisolo en 2001, en Marrakech, y su incapacidad para escribir a máquina –mucho menos a ordenador- y mi necesidad de su intervención para despejar ciertas marañas burocráticas que obstaculizaban la apertura de un centro privado de ELE, hizo que enseguida me convirtiera en escriba de sus textos y testigo gozosa del proceso creador de los artículos de prensa y la novela que en aquel entonces estaba ultimando: Telón de boca.
Quienes conocen el conjunto de su obra narrativa saben bien el poco apego de Juan Goytisolo a la expresión efusiva de sus sentimientos personales, el rechazo de la anécdota o la referencia explícita, la ausencia de emotividad directa, si bien su experiencia vital hermosamente heterodoxa y la realidad donde transcurre están presentes en todas sus novelas, pero siempre trasmutadas y tamizadas por el sarcasmo y la ironía, por un lenguaje aquilatado y preciso y una composición caleidoscópica, exigente con el lector.
Por eso, en Telón de boca llama la atención la presencia tan cercana y tan humana del propio autor, el lenguaje directo, sus sentimientos ante la proximidad del final de la propia existencia al que alude el título, la recreación de algunos de los momentos más importantes de su vida personal: los recuerdos cotidianos de Monique, su mujer, sus encuentros y su muerte repentina, y la visión pesimista del mundo heredada de sus experiencias en guerras recientes. En Telón de boca Goytisolo hace balance de sus vivencias íntimas y su conocimiento del mundo, y aunque el resultado es, en lo personal, melancólico, y en lo colectivo, desesperanzado, queda sin embargo un rescoldo, si no de esperanza, sí de continuidad de la vida.
Conocí a Goytisolo en 2001, en Marrakech, y su incapacidad para escribir a máquina –mucho menos a ordenador- y mi necesidad de su intervención para despejar ciertas marañas burocráticas que obstaculizaban la apertura de un centro privado de ELE, hizo que enseguida me convirtiera en escriba de sus textos y testigo gozosa del proceso creador de los artículos de prensa y la novela que en aquel entonces estaba ultimando: Telón de boca.
Quienes conocen el conjunto de su obra narrativa saben bien el poco apego de Juan Goytisolo a la expresión efusiva de sus sentimientos personales, el rechazo de la anécdota o la referencia explícita, la ausencia de emotividad directa, si bien su experiencia vital hermosamente heterodoxa y la realidad donde transcurre están presentes en todas sus novelas, pero siempre trasmutadas y tamizadas por el sarcasmo y la ironía, por un lenguaje aquilatado y preciso y una composición caleidoscópica, exigente con el lector.
Por eso, en Telón de boca llama la atención la presencia tan cercana y tan humana del propio autor, el lenguaje directo, sus sentimientos ante la proximidad del final de la propia existencia al que alude el título, la recreación de algunos de los momentos más importantes de su vida personal: los recuerdos cotidianos de Monique, su mujer, sus encuentros y su muerte repentina, y la visión pesimista del mundo heredada de sus experiencias en guerras recientes. En Telón de boca Goytisolo hace balance de sus vivencias íntimas y su conocimiento del mundo, y aunque el resultado es, en lo personal, melancólico, y en lo colectivo, desesperanzado, queda sin embargo un rescoldo, si no de esperanza, sí de continuidad de la vida.
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